
La muerte de nuestro compañero Guillermo Giménez Gallego el pasado 8 de julio nos cogió desprevenidos. Pocas semanas antes había conversado por teléfono con algunos de nosotros, a raíz de la jubilación de Antonio García, y con tono afable se había interesado sobre las novedades del CIB, al que siempre le unió un estrecho vínculo.
Nacido en Ceuta hace 77 años, se doctoró en 1977 bajo la dirección de Juan Manuel Ramírez de Verger en el CIB de Velázquez. Después ejerció como profesor en la Universidad Autónoma de Madrid hasta 1981, año en que obtuvo la plaza de Colaborador Científico del CSIC en el CIB. En 1984 se trasladó a los laboratorios de Merck en Nueva Jersey, donde participó activamente en la determinación de la secuencia de aminoácidos de diversas proteínas. A su vuelta en 1988, estableció su equipo de investigación en el CIB, donde trabajó incansablemente en el factor de crecimiento para fibroblastos, proteína a la cual estuvo fuertemente ligada su carrera.
No en vano, unos dos tercios de los más de 160 artículos que publicó guardan relación con esta proteína, implicada en la angiogénesis y la inflamación y, por ende, en el desarrollo tumoral. Durante su estancia postdoctoral la aisló, desveló su secuencia y descubrió que inducía la mitosis de fibroblastos. Más tarde caracterizó sus propiedades bioquímicas y, a través de estudios de resonancia magnética nuclear y cristalografía de rayos X, su estructura tridimensional. Finalmente, logró identificar inhibidores de su actividad, uno de los cuales se emplea en el tratamiento de varias enfermedades. El camino que había recorrido desde la investigación básica hasta la aplicación clínica le producía gran satisfacción.
Fue director del CIB en dos ocasiones. Entre sus distinciones, destaca el Premio Nacional de Biomedicina en 1993. En 2004 ingresó en la Real Academia de Farmacia con un discurso que repasaba la historia de los estudios de proteínas. Ya entonces, subrayó la importancia de las regiones intrínsecamente desestructuradas en la función celular. También intuyó desde muy pronto que sería posible predecir la estructura tridimensional a partir de la secuencia proteica, y siguió con interés los avances en este terreno hasta el reciente desarrollo de Alphafold2. Fue sin duda uno de los pioneros de la Ciencia de Proteínas en España, tanto desde un enfoque bioquímico y biofísico como funcional. Asimismo, jugó un papel fundamental en la implementación de la biología estructural dentro del CIB.
Como científico, fue capaz de llevar adelante sus ideas con determinación y rigor. Como director de grupo, nunca dejó de proponer experimentos y generar nuevo conocimiento, al tiempo que estaba abierto a nuevas perspectivas. Como mentor, siempre supo escuchar y generar confianza. Como buen humanista, se interesaba por otras áreas del saber, tales como la filosofía y la teología, disciplinas en las que se licenció, o la historia, llegando a hacer expediciones a la zona de las Navas de Tolosa en busca de vestigios de la famosa batalla del mismo nombre. Melómano y lector empedernido, asistía con frecuencia a los conciertos del Auditorio Nacional y poseía una extensa biblioteca. También era un enamorado del ciclismo, deporte que practicaba y seguía con pasión.
Dejó una extensa escuela de científicos repartidos por distintos institutos de investigación y universidades de nuestro país y el extranjero. Y, aunque por su condición eclesiástica no tuvo hijos, su repentina pérdida nos ha hecho sentir huérfanos. Sus enseñanzas y buen hacer perdurarán en nuestro recuerdo.
Carlos Fernández-Tornero & Antonio Romero